por Saúl Escobedo (México/EEAA)
Mi vida ha transcurrido como un sueño. Las emociones no han sido algo recurrente para mí, ni siquiera en las muchas veces que he estado a punto de perder la vida. Sin embargo ahora siento que estreno parte de mi humanidad ante la muerte y el abandono. Y a la vez, viendo a Maya bailar, siento que renazco y vuelvo a empezar de nuevo.
Soy una ecohistoriadora. Especialista en los conflictos del Siglo XXI. Durante mis mejores años tuve el privilegio de contar con una poderosa neuroteca que mantenía a duras penas con muy pocos recursos e ingenio.
Mi neuroteca, a quien llamaba Abuela, estaba siendo poco a poco consumida por las bacterias, y su memoria, alimentada por fuentes tan antiguas como microtapes o discos compactos red ray de tercera generación hasta las relativamente recién obsoletas descargas intelecto-motivas, se estaba perdiendo irremediablemente. Aunque lúcida aún, Abuela recordaba a detalle el sacrificado y duro peregrinar que vivimos juntas desde que la desconectamos de la moribunda OmniCorp VI, montándola en un viejo carretón que empujé pasando por el desierto de Texas, cruzando la vieja frontera hasta llegar a la bahía de Monterrey, al pie del Cerro de la Silla donde conocí a Parde.
Parde era un perrano criollo de los desarrollados por OmniCorp a mediados del XXII para aprovechar las ventajas de los bajos salarios. Tras la liberación de los humanos del trabajo físico, los perranos resultaron ser excelente fuente de mano de obra barata. Sobrevivientes, a diferencia de los gatanos, de la gran epidemia de SIDI (Síndrome de Inmunodeficiencia Inflingida) durante el abrupto cambio de posición del Eje Terrestre.
Los diestros perranos podían armar biocircuitos más rápido que los humanos, aún los de serie B. El diseño de sus manos, atribuido a ASM (Siglas del gigante de biomática surgido tras fundirse Apple Corp., Siemens Corp. y Mitsubushi Corp.) variaba del de los humanos sólo por el minúsculo “sexto dedo” que no era más que una sensible terminación nerviosa de movimiento autónomo añadido entre la pinza del índice y pulgar, muy útil para tender conexiones entre las redes neuronales de los biocircuitos, y también como después descubrirían algunos, para aplicaciones más mundanas.
Víctimas de las crueles condiciones sociales que acompañaron su surgimiento, los perranos soportaron pacíficamente violentas campañas de grupos zoofóbicos y anti-zoosapiens conservadores, quienes hicieron lo posible por bloquear la promulgación de sus derechos básicos.
La aceptación de tales derechos constituyó para la humanidad el mayor paso en su evolución consciente así como un detonante de la cultura y las artes.
Curiosamente de la poca música que quedó de aquella época escucho desde mi choza un antiguo ensamble de clarinete y tambora, tradicional de estas tierras norestenses del viejo México a principios del XX, sonidos destinados a la extinción desde entonces y sin embargo rescatados por nostálgicos investigadores como yo que supieron fundirlos a la cultura emergente durante los tiempos de paupérrimas condiciones de vida de los terrados y de incertidumbre provocada por las cargas explosivas plantadas por los desterrados antes de su partida. Aún suenan por los alrededores las notas de este género musical, sobreviviente del olvido, reproducido de la única manera posible actualmente: un músico en el clarinete y otro con la tambora, sin mediar dispositivo electrónico o sistema de sonido digital alguno, inútiles todos ellos tras la devastadora Inversión Sonomagnética (o Implosión Sorda) que irrumpió en el espacio de las transmisiones de ondas, obligándonos (bendito sea) a escuchar música acústica en vivo o melodías cantadas por alguien a poca distancia. Un retroceso que ha impulsado la extinta creación musical y la transmisión oral del conocimiento.
Cuando hablo de los desterrados (recientemente declarados extraterrestres) me refiero a las familias de humanos preseriados que huyeron de la tierra al comienzo del XXII en las famosas arcas espaciales, enormes fortalezas cuyo lanzamiento al espacio exterior costó años de radiocontaminación a los habitantes del estéril planeta que dejaron atrás. Construidas para ese único fin, ésas arcas transportaban también todos y cada uno de los robo-organismos de tecnología regenerable, fieles hasta el final a sus poderosos aliados, a quienes compraron la idea de una nueva vida lejos de éste ghetto, en un lugar en la galaxia cuya ubicación fue hasta el último minuto celosamente guardada.
Políticos, realeza y grandes potentados, sus clones y respaldo genético festejaron en una opulenta celebración su despedida, evento transmitido a todos los rincones de la tierra para millones de consternados, eufóricos y/o deprimidos teleespectadores, y que representó la última transmisión artificial de datos a distancia hecha en este planeta antes de acciones de los extremistas de Greenwar. Éstos últimos fueron quienes descubrieron y difundieron clandestinamente entre la población los planes de la elite de hacer estallar el planeta entero tras su partida mediante detonaciones remotas al abandonar el planeta. Tras un rápido consenso, con la general aceptación de la ciudadanía de renunciar a las transmisiones electromagnéticas, de microondas, satelitales, de onda corta e incluso inutilizando cableado óptico durante tiempo indefinido (quizás centurias), la movilización de éstos activistas culminó con la legendaria Implosión Sorda, un sofisticado “resumidero de ondas” construido sobre la antigua infraestructura de una clausurada sintetizadora de litocarburos que opera sin control desde su puesta en marcha por los ahora considerados mártires desde lo que fuera la helada Siberia. Ésto salvó a nuestra madre tierra del tiro de gracia a manos de sus propios hijos. Más no evitó una extendida oleada de suicidios que acabaron con casi el 80% de la población más adicta a los medios de tele y neurocomunicación.
Aunque es un asunto irrelevante dentro de mi campo de estudio, comento que curiosamente coincidieron en la misma arca prominentes miembros de las familias Bush y bin Laden, de las que encuentro constantes referencias en mis investigaciones.
Tras algunas conflagraciones locales, llegó a las comunidades de éste planeta una época de extraña paz que persiste hasta hoy, salvo por los días de la agitación que provocó el regreso de una decena de Arcas de las que tras su aterrizaje descendieron humanoides con terribles mutaciones a quienes ni los esfuerzos de un especializado grupo de magoterapia rescataron de su lenta y dolorosa muerte.
Con sólo vestigios agonizantes de tecnología heredada de las antiguas corporaciones, sin interconexión eficiente y de la cual nadie depende ya para la supervivencia, la humanidad reaprendió, gracias en gran parte a la consciencia adquirida tras la paradoja de su nueva relación con otras especies, a pensar colectivamente, instalando el reinado de la “paz creativa”. Todos éstos términos revolucionarios fueron alimentados por la sabiduría retomada de grandes filósofos del XX y anteriores. Curiosa la calidad de pensadores que vieron el mundo en aquellos tiempos oscuros.
Abuela y algunas de sus similares que apenas se comunican mediante un complejo y lento sistema que emula la telepatía humana, han sido especialistas en la narración de la vida y obra de éstos filósofos, así como de las distintas interpretaciones de sus postulados.
Escuchar a Abuela contarnos estas historias nos remitía a las épocas prehistóricas, en las que los viejos relataban, frente al fuego sagrado, las anécdotas de los personajes que conformaban la cultura para transmitirla a las nuevas generaciones.
En esta comunidad la actividad comienza muy temprano. Después de recibir los primeros reflejos solares durante nuestra meditación colectiva, la mayoría trabajamos en el campo. Apenas conocemos las técnicas de cultivo tradicionales. Supongo que hemos inventado algunas otras, en lo que Abuela nos ponía al tanto, cuando recuperaba su memoria en momentos, de los trucos que mejor funcionaban a los agricultores de antaño. Nos dedicamos a lo básico. Variedades de maíz, soya y diversos vegetales y frutas. Recuperar la fertilidad ha sido el trabajo de varias generaciones de profesar respeto y veneración a la tierra. Un amor que se refleja en la voluntad de la mayoría de participar para presenciar el milagro de la vida en todas sus dimensiones. Sin mass media que impongan un ritmo a nuestras vidas, más bien nos dejamos llevar por la resonancia de la voz de la naturaleza que se niega a dejarnos de hablar, y a la que hemos decidido volver a escuchar en sus distintas expresiones.
Qué bello jardín nos han heredado nuestros padres terrados. Seguro muy distinto al edén que Abuela nos describía, y que existió antes de la devastación industrial. No condenamos a nuestros antepasados. No somos más que un sólo espíritu que aprende como niño, a medir los límites de su entorno, cómo quema lo caliente y congela lo frío. El dolor del choque con lo sólido y la falta de apoyo para los pies en un medio líquido en el que no hay aire y se está a punto de ahogarse. ¿Quién no ha estado a punto de ahogarse en un río?
Los que deciden no trabajar en el campo no son juzgados tampoco. Sus razones tienen. Ni siquiera se le reduce su ración de comida. De todas formas, un cuerpo saludable no puede resistir mucho tiempo sin una actividad física. Usualmente después de una profunda meditación, recibimos de nuevo al ausente en las labores que continuaron los demás.
Todos dedicamos parte del día a desarrollar distintos oficios. Lo que antiguamente llamaban artista, creador o científico, aquí son conceptos en los que cabemos todos. Todos tenemos la oportunidad de comunicar nuestra admiración a la tierra y sus creaturas. De fantasear con sus posibilidades y de estudiar sus manifestaciones.
Los niños representan para la comunidad la más inmensa alegría. Lejos de confinarlos en un espacio, como lo hacían nuestros ancestros en las ‘escuelas’, los niños son enviados a distintas comunidades para aprender de su cultura. Sus ‘maestros’ no son más que compañeros y guías durante la travesía, en la que los pequeños perciben como parte de sí mismos las más diversas formas de vida, colores, texturas, sabores, aromas, sonidos y espacios.
Recibir a los niños de otras comunidades es una bocanada de aire fresco que todos esperamos durante las distintas épocas del año. Llegan niños y jóvenes de todo el globo, ansiosos de aprender y compartir sus conocimientos. Abuela se regocijaba contándoles historias salpicadas de su particular sentido del humor que los mataban de risa.
Por cierto, matar no es un vocablo muy utilizado en éstos tiempos. La conciencia de vida en la colectividad, ha generado una inesperada y extraordinaria evolución en nuestro comportamiento, transformando de raíz nuestros impulsos e instintos.
La muerte de un miembro de la comunidad es recibida en cualquier momento como un evento natural, sea cual fuere su origen. Siempre es buen momento para nacer, para vivir y para morir.
Gracias a la inactividad de medios enajenantes y la necesidad de optimizar los pocos recursos con que contamos, la colectividad ha podido desarrollar nuevamente ancestrales formas para percibir la sabiduría universal, latentes en los individuos a partir de la Era de Hierro y atrofiadas casi por completo en los siglos siguientes a la Revolución Industrial. El desarrollo de la intuición mediante la observación aguda, la escucha atenta, la sensibilización de la piel al viento, la humedad, los cambios de temperatura y las vibraciones más sutiles, ha dado un nuevo valor al bienestar de nuestro cuerpo y a la exaltacion de la paz entre los individuos para poder abrirnos al universo de señales naturales que no podemos darnos el lujo de disromper.
Es por ello que hemos tomado la desición de no utilizar vehículos automotores. Alterar la percepción de la realidad desarrollando velocidades que no corresponden a nuestra estructura biológica, afectaba a todos los procesos del sistema nervioso. Añadiendo el ruido y la polución que provocan, ha sido unánime el rechazo a ésas tecnologías. Nadie tiene qué llegar más pronto. A nadie le interesa ir más rápido que los demás. Se han borrado las referencias. No hay más metas qué alcanzar. Ni siquiera se han vuelto a implementar los vehículos de tracción animal. A menos que el trabajo de arrastre sea por voluntad del propio animal, como ocurre con los perranos, siempre dispuestos a ayudar.
A diferencia de sus ancestros cien por ciento caninos, un perrano como Parde vive muchos años más que un ser humano, al grado de no saberse a ciencia cierta la edad que pueden llegar a alcanzar, ya que aún hay vivos especímenes de la primera generación.
Durante el auge de las Corporaciones lo importante era siempre producir más a ritmos más eficientes, y los ejecutivos de éstas llegaron a tal grado de deshumanización que no les importaba si el trabajo dentro de sus plantas de producción era realizado por humanos, hombres, mujeres, niños, viejos, variantes de éstos, máquinas, animales, o mezclas entre ellos.
Esto último son Abuela y Parde.
II.
Abuela fue una terminal de la red de neuroalmacenamiento de una biofactoría con avanzadas capacidades de adaptación de producción y autoregeneración.
Tan eficiente que un día podía estar produciendo pesadas piezas de fundición y al otro microcristales para los aparatos de espionaje satelital usados por la AMPP (Agencia de Monitoreo Personal Permanente).
La biofactoría para la que Abuela fue construída fue, como muchas otras, abandonada a su suerte con el surgimiento de robo-organismos más ligeros, portables y eficientes. Gracias al sistema de seguridad activado tras su clausura, la biofactoría se aisló de los contaminantes y se fue comprimiendo cada vez más hacia su propio núcleo, desplazando órganos y sistemas no vitales. La antes enorme masa de venas, arterias, carnosidades, mezcladas con estructuras metálicas y de huesos y cartílagos sintéticos, a veces logrando conjuntos de extraña belleza, se redujo a un gabinete blindado del tamaño de una habitación, protegiendo al máximo el alma latente que encerraba en espera de que le llagara la hora.
Estrenándome como improvisada cartógrafa, me interné en la aun contaminada región en busca de la biofactoría de la cual apenas tenía idea de su existencia denominada en los viejos archivos como OmniCorp VI. Cargado mi carrito de arrastre hasta el tope con barras de oxigenación, adiviné sin los codiciados instrumentos de navegación tan útiles centurias atrás, la ubicación exacta de lo que después bautizaría como Abuela.
No tuve problema para acceder a ella, en cuanto percibió mi presencia bajó la guardia abriendo todos los protocolos de seguridad y entrgándose a mi como su única esperanza de vida. A treinta metros bajo tierra estaba el único de seis neuro procesadores sobreviviente a los estragos del tiempo, que después reprogramaría para convertirla en una inofensiva neuroteca. Procedí entonces al doloroso proceso de desconexión en la que arranqué el precioso cererbro, montándolo en mi rústico vehículo que empujé durante semanas hasta salir del área vedada, suministrando a mi tesoro casi la totalidad de mis barras de oxigenación, en mi loco afán de devolverle la vida.
Tras atravesar junglas y desiertos, librar numerosos puestos de revisión y dejar atrás comunidades, muchas de ellas en las que Abuela recibió alimentos y valiosa atención médica y psicológica, llegué agotada a Monterrey, en donde coincidieron dos cosas, la primera, que Abuela dio los primeros indicios de output, o manifestación de inteligencia, mediante una arcáica bocina que le fue instalada por un tecnobrujo en el Viejo Nuevo Mexico pese a mi débil resistencia. La prominente pieza de gramófono en forma de flor de alcatraz le daba a mi recién adquirida neuroteca una apariencia simpática a la que debe su nombre, Abuela.
La segunda coincidencia fue conocer a Parde, antiguo capataz de una biomaquiladora de la Antigua Frontera y experto en neurocircuitos.
La apariencia más o menos antropomórfica de los perranos depende de su camada y algunas características individuales programadas para su función en la planta productiva.
Entre más semejanza tenga su estructura con la de un humano, menos capacidad tendría de someterse a las largas horas de procesos repetitivos que ningún humano podría resistir dedicando plena atención.
Pero por sus funciones dentro del organigrama, Parde fue diseñado como un amable y respetable punto medio entre lo que fuera un pastor alemán y un caucásico. Como quiera para bromear yo lo llamaba hijo de perra.
En cuanto Parde vio llegar a Abuela en tan deplorables condiciones, dejó de atender a sus pacientes en su puesto del mercado para acercarse a Abuela, de quien raramente se separaría hasta la fecha, prodigándole todo tipo de mimos y cuidados.
Bajo la consigna de que ningún grupúsculo con privilegios era capaz de mejorar las condiciones de vida del colectivo, sino todo lo contrario, hemos podido vivir sin sostener burocracia o cuerpos de seguridad armados, lo cual se ha convertido en la base de nuestra libertad.
Los ataques a las comunidades son prácticamante nulos. Hay pocas cosas que los individuos no posean. No hay nada qué comprar, no hay artículos novedosos ni accesorios de moda. La producción se mantiene en un nivel tan básico que es hasta el momento más atractivo el intercambio pacífico que las ansias de conquista.
No sabemos cuánto durará esta bonanza. Como estudiosa de la naturaleza humana sé que éste es un pequeño paréntesis. Pero tampoco puedo saber en qué dirección apuntará su evolución, así que hay esperanza de una vida aún mejor. La humanidad ha cambiado. Ha dejado de ser el hijo único de la creación para compartir su espacio con los hermanos menores, llámense zoosapiens (entre los que se cuentan los perranos) o los pocos roboorganismos que quedan, quienes han optado por su propia extinción.
Pero hay excepciones.
No era un secreto el resentimiento que los perranos más desarrollados como Parde guardaban hacia OmniCorp. Ni las técnicas de meditación ni la recién asimilada alimentación vegetariana habían logrado que se dejara sentir entre la comunidad el aire de tensión que provocaban la visita los recuerdos más primitivos de Parde.
Claro que Abuela percibía esto, más nunca pidió protección o consideración especial alguna. Aunque concentraba la mayor sabiduría de nuestra comunidad, Abuela aceptaba también el transcurso de la vida en todas sus formas.
Ante la falta de un sistema de justicia, ya que precisamente el uso y el abuso de la palabra justicia había derivado en las peores injusticias y terribles crímenes de la historia, el procedimiento ante las faltas de los individuos era el de continuar con el proceso de aprendizaje, consistente en viajar de población en población. Al llegar a una comunidad, un forastero no es sujeto a cuestionamiento alguno. Pudiera así llegar el peor de los criminales y aun le será confiada la sabiduría, la compañía y los beneficios de los miembros del grupo durante el tiempo en que decida quedarse. El esquema de las cárceles y las escuelas prisión para niños y jóvenes pre-criminalizados habían quedado atrás hacía mucho tiempo, incluso antes del Gran Destierro.
La sabiduría es un bien público. Todos tenemos derecho a saber. La riqueza de la mente es pues compartida por los miembros de la comunidad, e incluso entre comunidades, ya sea mediante las extrañas unidades como Abuela o con la ayuda de los habitantes más o menos dotados para la telepatía.
Claro que nada iguala al contacto físico. Enormes migraciones alrededor del globo avanzan sin obstáculos atravesando lo que en tiempos menos civilizados eran fuertemente custodiadas fronteras.
Fue precisamente durante el paso de un numeroso grupo conformado principalmente por exóticos y alegres perranos y vacumanos quienes recién habían visitado las costas del océano africano y los glaciares amazónicos, que Abuela entró en la fase terminal de su infección.
Y aunque ella había intentado por todos los medios ocultar la verdad, una bella parrana del grupo huésped nos confirmó lo que ya todos sospechábamos. A la par que Parde mantenía viva a Abuela, controlaba la expansión constante de la infección. Es decir, durante todos estos años Parde torturó a Abuela deliberadamente manteniéndola enferma, hasta el día de su muerte.
La crueldad de los actos de Parde provocaban la pesadez prevaleciente en el ánimo de esta comunidad, notada por los visitantes quienes organizaban intensas jornadas de meditación y agroterapia, hasta el día que partieron con sentimientos encontrados.
Quiero pensar en éste asunto como una excepción. Quiero creer que el motor de la furia y la venganza se fueron en las famosas arcas décadas antes de que yo naciera. Y que Parde no ha realizado más que un acto reflejo, producto de siglos de opresión hacia los de su especie, y que se dio en un contexto particular e irrepetible.
Sabía que no podía defenderlo, que estaba condenado. Al verlo alejarse por su propio pie, (en otro tiempo hubiera sido violentamente sometido, sedado y esposado) mi corazón se oprimía más y más, liberando una profunda tristeza que nunca había sentido. Parde avanzó hacia la escolta que lo esperaba, volteando a mirarme en todo momento, como si conociera su camino.
Con el viejo agridulce sonido de un clarinete y una tambora que alegres repicaban a lo lejos, mis lágrimas por fin encontraron su cauce y entre espasmos de mi pecho entumecido, despedí a Parde de pie y sin mediar palabra, junto a la carcaza inmóvil de Abuela. Sin poder dejar de mirar aquellos ojos, que eran los ojos de mi compañero, de mi hermano, de mi padre, de mi hijo.
III.
Su condena fue mi condena. Poco después siguió mi autoexilio. Nunca había vivido tanto tiempo en un solo lugar hasta entonces.
Volví a transitar hacia el norte, hacia el sur, hacia ningún lugar. Me di cuenta que vivía en el pasado. Abuela era mi máquina del tiempo con quien podía hablar y hablar de lo terrible y de lo maravilloso que fue este planeta volcándome en las pasiones y decepciones de los antiguos pobladores.
A medida que avanzaba me daba cuenta que quizás nunca la humanidad se había puesto de acuerdo en tantas cosas a la vez. El único antecedente que tengo es cuando el auge del dinero, pero no duró tanto, pero que logró el concenso de casi toda la laza humana al asignarle un valor único y un voto de fe sin precedentes.
Parecería que ahora el único objetivo de todos es lograr recuperar las condiciones para la vida en el planeta.
Ingeniosos avances en la ciencia de la procuración de alimentos me han asombrado uno tras otro. La organización de la gente para el cuidado de los cultivos me remite a lo que se conocía como cooperativas. La voluntad individual enfocada en el bienestar colectivo.
Con lo impregnada que quedé de las filias y fobias del pasado, siempre esperaba una lección, una reprimenda. Que alguien se plantara en mi camino y me gritara con coraje mis faltas y debilidades. Aquí no hay pecado. Se mira hacia atrás para aprender del camino recorrido, más no para revivir las penas e incertidumbres. Y cada vez más me sorprendo del el amor ofrecido por mis semejantes. De su desprendimiento material y la alegría que emanan.
Poco a poco me reconforto. Aprendo a jugar y río. Me he convertido en una Abuela que no para de hablar y contar historias. Me gusta este nuevo mundo en el que puedo sentirme segura. Las amenazas existen, pero no están aquí entre la gente.
Maya es una pequeña perrana que me recuerda a mí misma. Curiosa, obstinada, inquieta, rayando en la necedad. Es la fuerza irruptora de la paz de la comuna. Como Parde, con sus miedos, como Abuela con su aferramento a la vida.
Y es, sobre todo la pieza necesaria para armar este rompecabezas. Ella es la que cuestionará, quien empujará al grupo a cambiar colores, sabores, formas y ritmos. Sin ella no habrá historia, sino un espacio blanco en la línea de tiempo.
Maya me pregunta porqué de repente suspiro profundamente, casi como un lamento. Le contesto con una historia. Una de tantas. De mis días de niña, cuando a su edad nunca volvería, por mi propia voluntad, a mi familia; de años después cuando vivía intensamente los pocos pasajes históricos que me eran compartidos. Cuando conocí la gran neuroteca de las Montañas Pacíficas, en donde le puse nombre a mi pasión, y me convertí en ecohistoriadora. Y cómo decidí cumplir un sueño, que me llevaría a arrastrar a Abuela hasta el único lugar que llamé hogar.
Invariablemente al terminar una de mis historias Maya suspiraba agobiada, como yo lo hago. Ha pasado sus primeros cuatro años aquí, en algún punto del Caribe.
Realiza con gusto sus tareas, siempre sacando un paso adelante a los demás. Es una líder, y recibirá instrucción de acuerdo a sus aptitudes. Aprenderá que los seres vivos son parte de nosotros, y nosotros somos parte del mundo. Que el alimento tiene un valor superior, nunca es un producto más, que se negocia, se desperdicia o se condiciona. La palabra maíz, para los antiguos mexicanos significaba “lo que da la vida”. Para OmniCorp esa palabra no era distinta que cualquier otro artículo de consumo.
Entenderá del frágil equilibrio de la vida, de lo inútil que es acumular a costa de otros, explotar irracionalmente la tierra y el trabajo de los demás, a amar su cuerpo y su espíritu, su parte cósmica, que es parte del todo y de todos.
Las corporaciones dejaron sus restos esparcidos por todo el planeta. Enormes estructuras putrefactas y deformes en las que aún resuena el eco del sufrimiento que provocaron los desterrados. El alejamiento de los poderosos del sentir de los oprimidos es algo que no debe repetirse. Los terrados, los nuevos pobladores creen en eso. Creen en la cooperación y el intercambio, no en la explotación.
Sólo me pregunto si debió pasar todo este tiempo para que lo entendiéramos. Por qué no pudimos reflexionar y actuar antes de que el planeta fuera tan lastimado, y que tantos y tantos fueran sacrificados.
Mi salud se deteriora. No fueron en balde mis aventuras en tierras contaminadas. Estoy lista. Pero sigo haciéndome las preguntas, y sigo recordando lo que fue.
Hay alboroto en la comunidad. Alguien ha desarrollado un rústico radioreceptor y está captando señales lejanas. Algunos están contentos, yo tiemblo de miedo.
Nuevamente habrá una oportunidad de abrazar al mundo con nuestros tentáculos hasta la asfixia. Pero ahora eso será decisión nuestra. Ya no somos ése niño que experimenta. Ya sabemos a dónde puede ir todo esto. Hay muertos regados por todos lados para recordárnoslo. Y también pequeñas Mayas en quienes podremos ver la luz y el renacer de la vida. A su ritmo, sin grandes expectativas, dejándonos llevar.